Siempre regreso, es que soy un cangrejito que repite sus caminos. Es mi signo, en esencia , sin lugar a dudas.
Nunca una vez, siempre dos o tres, porque siempre hay algo pendiente.
Y la visita del Club de pescadores de Montecarlo es un ritual. Hasta hoy nunca lo viví inundando y tampoco lo desearía, porque en ese caso alguien estaría sufriendo y no es mi deseo.
Pero estas escenas, nunca antes, la Isla Caraguatay había desaparecido.
La niebla espesa no me dejaba verla. Mi mirada al sur estaba desorientada, ya no estaba.
Unos minutos pasaron y ningún cambio se produjo, apenas si se podía ver la República hermana del Paraguay.
Ya está, me voy a seguir dando vueltas.
El puerto era mi nuevo destino.
Cuando llego allí, unos 20 minutos después, apareció, para mi alegría. Ese bello y sabroso pan dulce de la naturaleza se asomaba por encima de las aguas del río Paraná.
Tenía un hermoso decorado entre blanco y gris. Ya no era niebla, era una nube que se había puesto a descansar sobre ella.
Si me quedaba, es seguro que algo diferente me regalaría, pero mejor dejarlo para una próxima visita, me dije querido cangrejito.