Cuando me vieron llegar, observaron que tenía una cámara, rápidas y presurosas se acercaron al espejo natural que ellas disponen para arreglarse y ponerse su maquillaje solar para otorgarles más brillo a su plumaje.
Estiraron sus cuellos, sacaron pecho, frente en alto y sus ojos bien abiertos mirando mis actos. Muy amables las estilizadas modelos posan, hacen gestos y se mueven unos milímetros sus largas patas a lo largo de la pasarela que Dios les ha construido a las orillas del Lago, relojeando con un ojo mi cámara y con el otro la posibilidad de picotear algún alimento del agua.