Una mañana Don Tomas Alcaraz marchó al borde cercano de su extenso campo buscando un algarrobo corpulento para cortar escogida madera, sus fornidos brazos dan fuerza inusitada al golpe del hacha en el grueso tronco.
Santa una astilla dejando al descubierto una cavidad interior y en ella un crucifijo resguardado en esa urna vegetal. Quién sabe por cuanto tiempo, pues en la zona no hay memoria de que alguien lo perdiera o escondiera en la incipiente cavidad de un árbol en crecimiento.
Este es el primer milagro del Santo Cristo de la Quebrada.